San Juan de los Lagos: Emporio Religioso

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En CULagos se imparte la charla: “Comercio, fe, peligro y placer en la feria de San Juan de los Lagos”

San Juan de los Lagos logró reunir a 250 mil personas durante su peregrinación anual en el siglo XIX, cuando en aquel entonces la capital del país tenía 140 mil habitantes, lo que provocaba que durante 12 días hubiera y se viviera de “todo”, señaló el investigador de El Colegio de San Luis, Daniel Díaz Arias, quien esta noche, en el Centro Universitario de los Lagos (CULagos), impartirá la conferencia: “Comercio, fe, peligro y placer en la feria de San Juan de los Lagos entre 1823 y 1857”.

 

Díaz Arias explica que el pueblo de San Juan de los Lagos, y sus actividades, durante 12 días se convertía en todo un acontecimiento nacional, que implicaba los aspectos comercial, religioso, lúdico; así como la ilegalidad, la criminalidad, la marginalidad, la abierta práctica de la prostitución, el bandidaje, el contrabando, los juegos de azar y las apuestas, todo ello prohibido en aquellos años.

 

“Un tema no muy mencionado por los historiadores era la prostitución. Algunas crónicas refieren una enorme cantidad de mujeres llegadas a la feria, procedentes de San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato y por supuesto Guadalajara. Aunque la gente consideraba que era una fiesta ‘santa’, ese era era el pretexto para apostar en los gallos, en los caballos, para jugar carcamán (dados), al monte (baraja) o meterse con alguna prostituta”. 

 

“Era la reunión comercial más importante de todo el país –resalta Díaz Arias–. Llegaban personas de todos los rincones, que tardaban semanas o meses por los malos caminos de entonces, atraídos porque había una enorme variedad de productos. De Europa llegaban innumerables productos, como vinos, corsetería, vestidos, perfumes, textiles; de Estados Unidos, productos industriales y de ferretería y de China, chales o rebozos muy finos”. 

 

“Había abundancia de todo –continúa el investigador potosino–. Una característica típica era que San Juan era bastante pobre, entonces los propietarios de casas alquilaban hasta el último rincón y lo cobraban a precio de oro, y prácticamente vivían con ese dinero todo el año. Los dueños se iban a dormir a las azoteas y a quienes dormían afuera de sus casas, sobre las banquetas, también les cobraban”.

 

 

Guadalajara, Jal., 26 de junio de 2013

Texto: Juan Carrillo Armenta

Fotografía: Archivo

Edición de noticias en la web: Carlos Márquez García

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